Luis Sigfrido Gómez Campos Como todas las cosas en la vida, una dosis de nacionalismo suministrada en porciones adecuadas, no hace daño; pero si no tenemos cuidado y nos excedemos en la cantidad, puede resultar peligrosa. La historia reciente nos demuestra lo perniciosa que puede llegar a ser esa ideología para la humanidad cuando es llevada al extremo. El nacionalismo socialista alemán de las primeras décadas del siglo pasado, nazismo, ha sido una de las corrientes de pensamiento que más daño han causado al género humano. Adolfo Hitler, quien difundió la doctrina de la superioridad de la raza aria, utilizó el sentimiento nacionalista de su pueblo para exaltar sus valores y atemorizara sus compatriotas con la advertencia del peligro de permitir que otros grupos étnicos (principalmente el pueblo judío) trabajaran y vivieran dentro de su territorio. Provocó la guerra más atroz que haya padecido la humanidad. En nuestro país durante el mes de septiembre se celebran las fiestas patrias y una gran mayoría de mexicanos nos contagiamos de sentimiento nacionalista y recordamos a los héroes que nos dieron patria; a los hombres que sacrificaron su vida para lograr nuestra independencia y convertir a nuestra nación, en una nación soberana. No podemos dejar de sentir un poco de orgullo por lo que somos, por nuestro pasado lleno de actos de heroísmo y sacrificio; por nuestro presente que, aunque algo complicado, tenemos la esperanza de trabajar al lado de muchos compatriotas para construir un futuro mejor para las futuras generaciones de mexicanos. Donald Trump, el presidente del vecino país del norte, llegó al poder alentando el sentimiento nacionalista de su pueblo. Igual que Hitler él siente amenazado su país por que otras minorías étnicas trabajan y viven en su territorio; igual que Hitler, Trump es considerado por muchos como un fascista que alienta el odio racial contra algunos grupos minoritarios, lamentablemente el principal grupo al que ha enfocado su odio es hacia los mexicanos. En este contexto, cabría cuestionarnos si los nacionalismos son dañinos en sí, o si un poco de nacionalismo nos puede resultar de utilidad en esta época crucial para redefinir nuestros valores, construir nuestro país sobre nuevas bases y buscar la unidad nacional que nos unifique ante el peligro que nos acecha. Vivimos en una nación con una multiplicidad de valores, ideologías y credos que no permiten, a corto plazo, avizorar un panorama claro respecto a la unidad que deberíamos enarbolar para hacer frente a los retos que se nos presentan, principalmente, el de la agresividad y falta de respeto de nuestro vecino del norte que realiza una campaña de odiopermanente en nuestra contra. Los grupos organizados en partidos políticos y figuras que pudieran encabezar un movimiento unificador están más entretenidos en la obtención del poder para utilizarlo en beneficio de su facción o de sí mismos. Quizá la única excepción hasta hoy, lo constituye el ambicioso frente recién formado que pretende juntar el agua con el aceite con objetivos puramente electorales, que si lograra despojarse de protagonismos y de distribución de cuotas coyunturales, podría ser el inicio de ese movimiento de unificación nacionalista que requiere el país. Todo está por verse. En esta lógica no encaja el movimiento morenista encabezado por López Obrador, porque no obstante la legitimidad de su lucha y que sea el personaje que encabeza las encuestas, no representa, ideológicamente, un movimiento de unificación nacional. Es muy probable que Andrés Manuel gane la presidencia, pero es muy difícil que él pudiera contar con el respaldo del Congreso de la Unión. Sus adversarios políticos son realmente sus enemigos. La mala costumbre de los grupos políticos que pierden las elecciones en nuestro país es la de obstaculizar el ejercicio del poder de quien gana.¿Que eso debería cambiar? Claro que sí, pero no lo van a cambiar precisamente cuando llegue al poder quien se ha opuesto sistemáticamente a permitir el funcionamiento normal de las instituciones cuando ha sidooposición. Ojalá que las cosas pudieran ser de otro modo y todos, unificados, pudiéramos respaldar al futuro presidente fuere quien fuese. Muchos mexicanos hemos conocido compatriotas que no tienen tan arraigado esa pequeña dosis de nacionalismo que deberíamos detentar con orgullo, personas que llevan a sus hijos a nacer a los Estados Unidos de Norteamérica con el pretexto de otorgarles “ese gran beneficio” de la doble nacionalidad. Así, cuando crecen sus hijos, pueden optar por la nacionalidad de su conveniencia. De esta manera, desarraigan a sus vástagos de ese sentido de pertenencia que muchos mexicanos todavía conservamos, para convertirlo en un asunto de conveniencia. Lo que no previeron esos “mexicanos” es que ahora son padres de sólo la mitad de un connacional y que, la otra mitad de sus hijos, es repudiada en ese extraño país que no los quiere porque piensa que la mitad que les toca está contaminada con el germen de la delincuencia y la mala sangre de quien les quiere quitar el trabajo a los norteamericanos. En esta difícil época que nos ha tocado vivir, creo que no nos hace daño un poco de nacionalismo que nos permita sentir satisfacción por nuestros valores y nuestra historia, y sentir orgullo de nuestra condición de mexicanos para no tener que llevar a nuestros hijos a nacer a otro país donde pudieran ser repudiados.