AP/ La Voz de Michoacán Ciudad Juárez. Migrantes mexicanos que buscan escapar a la violencia de los carteles de las drogas y la corrupción en México han terminado en campamentos de carpas destartaladas en la frontera, frente a El Paso, lo cual ha aumentado el caos de un sistema que coloca a las personas que piden asilo en Estados Unidos en listas de espera. Los migrantes michoacanos no escapan a esta realidad, ya que son parte de los campamentos que crecen en varios cruces fronterizos de Ciudad Juárez al aumentar la llegada de personas que emigran por la violencia de los carteles, y esperan asilarse en Estados Unidos. La principal razón que esgrimen los mexicanos de los campamentos es que no pueden pagar las extorsiones de las bandas locales. Un hombre de Ciudad Hidalgo, en Michoacán, dijo que tuvo que cerrar su taller mecánico porque las bandas le pedían cada vez más dinero y llegó un momento en el que ya no pudo pagar y lo amenazaron de muerte. En los dos meses que lleva viviendo en una carpa de plástico con su esposa y su hija de ocho años han soportado bruscos cambios de temperaturas en el desierto y un clima inclemente que incluye tormentas de polvo y lluvias. Una estrecha zanja alrededor de su carpa procura llevarse el agua de la lluvia y evitar que entre al lugar donde duermen su esposa a hija. “En una sola semana tenemos todos los climas”, asegura. El migrante, que pidió que no se usase su apellido, piensa que estará aquí hasta enero. El gobierno mexicano tiene albergues, pero él no quiere ir allí por temor a que no esté cuando lo llamen las autoridades de Estados Unidos y entonces pierda su turno. Crecen campamentos, entre la inclemencia Un campamento tiene unos 250 mexicanos, quienes tiene que soportar el frío mientras esperan que las autoridades estadounidenses les permitan ingresar al país. Son parte de los miles de migrantes que esperan en ciudades del lado mexicano de la frontera, a menudo por meses, antes de ser llamados para entrevistas. El Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras de Estados Unidos estableció un sistema de cuotas, en el que una cantidad específica de personas en las listas de espera son llamadas cada día. Las listas de espera son manejadas generalmente por funcionarios mexicanos u organizaciones que coordinan su trabajo con el gobierno mexicano, pero los mexicanos se niegan a participar en esas listas y decidieron organizar su propio sistema en cada puerto de entrada. Las autoridades de ambos países coinciden en que los mexicanos deben tener sus propias listas y no entrar en la que manejan las autoridades mexicanas porque muchos de ellos lo que intentan es escapar de la corrupción de los funcionarios mexicanos. Esta parece ser la primera vez que el Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras acepta varias listas en una sola ciudad, lo que da lugar a nuevos niveles de confusión entre los cientos de mexicanos que hay en cada campamento en momentos en que se registran temperaturas bajo cero. Los detractores de las políticas inmigratorias del presidente estadounidense Donald Trump han criticado las listas y también un programa conocido como “Permanecer en México”, por el cual miles de migrantes fueron devueltos a México para que esperen aquí que sus pedidos se asilo sean procesados. Funcionarios del Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras dicen que ellos no manejan las listas de espera y que simplemente “controlan las colas” en los cruces, según la capacidad de procesamiento de pedidos de asilo. El martes por la noche se veían columnas de humo de fogatas entre un mar de carpas azules y negras mientras las madres preparaban la cena para sus familias en los campamentos de Ciudad Juárez. En el extremo de un campamento había seis carriles atestados de autos que tocaban sus bocinas y trataban de acercarse al Puente de las Américas, un cruce fronterizo donde abundan los remolques, los taxis y la gente que va y viene. Lugares como Ciudad Juárez han tenido que absorber una creciente cantidad de migrantes desde que el gobierno estadounidense decidió hacer esperar a los solicitantes de asilo en el lado mexicano de la frontera. A pesar de que los gobiernos de Estados Unidos y México se comprometieron a garantizar la seguridad de los migrantes de otros países, los campamentos y los albergues no tienen demasiado apoyo, con excepción de pastores y organizaciones de asistencia en ambos lados de la frontera. El primer campamento de migrantes mexicanos de Ciudad Juárez se formó junto a un puente en el que los tiroteos, robos y apuñalamientos son frecuentes. Muchos optaron por acampar en un parque porque no es tan peligroso. En Matamoros, otra localidad fronteriza de México, a 1.126 kilómetros (700 millas) de Ciudad Juárez, unas 2.000 personas esperan en carpas levantadas junto a un puente de la frontera. Hay poco acceso a agua corriente, condiciones de vida saludables o atención médica. Una pequeña organización sin fines de lucro, Global Response Management (Manejo de Respuestas Globales), empezó a vacunar contra la gripe esta semana, tras comprar las vacunas en una farmacia local a unos 50 dólares la dosis. Algunos padres desesperados han enviado a sus hijos solos al puente de Brownsville porque el gobierno estadounidense no manda de vuelta a los menores no acompañados. Los padres esperan que sus hijos sean ubicados con familiares que viven en Estados Unidos. El sistema de listas de espera está siendo cuestionado en los tribunales por organizaciones defensoras de los migrantes y por los mismos migrantes, algunos de los cuales han tratado de ingresar por la fuerza a zonas protegidas de la frontera para obligar al Servicio de Protección de Aduanas y Fronteras a procesarlos. Muchos migrantes dicen haber sido víctimas de robos, agresiones sexuales y otros delitos perpetrados por bandas mexicanas. Al caer la noche en el campamento de Ciudad Juárez, una muchacha de 16 años que huye del acoso sexual del jefe de un cartel en Guerrero, un estado afectado por la violencia, se detiene frente a una hilera de carpas con su madre. Las dos fueron deportadas tras pasar una semana bajo custodia de la Patrulla de Fronteras. Sus documentos dicen que no pasaron una entrevista preliminar en la que todos los solicitantes de asilo deben demostrar que tienen temores verosímiles para no querer regresar a sus países. “Luchas por entrar y luchas por salir”, dice la adolescente, detallando la cantidad de papeleo y entrevistas que tuvieron que hacer incluso después de que les negaron el pedido de asilo. Su padre quiere volver a Guerrero, donde son propietarios de su casa, pero ella no. Decidieron quedarse en Ciudad Juárez, trabajar y tratar de ahorrar dinero por un año antes de decidir qué hacer. Así, ella puede ir a la escuela secundaria sin tener que preocuparse del acoso del capo de una banda. Tal vez él se olvide de ella. “Esa era nuestra carpa. Ahora es de otros”, dice la madre, apuntando hacia una persona que tomó su lugar en la lista de espera. “No sé dónde vamos a dormir”. El campamento se encuentra cerca de un gran monumento a Benito Juárez, el presidente en cuyo honor fue nombrada la ciudad. En la década de 1850, Juárez estuvo exiliado en Nueva Orleáns, trabajando en una fábrica de puros. Primer presidente mexicano de origen indígena, Juárez se recibió de abogado y también fue juez, y promovió el imperio de la ley en el siglo XIX. Le dejó a sus hijos una declaración de principios inscrita en el monumento: “La ley siempre ha sido mi espada y mi escudo”. Ahora, el metal decorativo negro alrededor del monumento es usado por los migrantes para colgar la ropa lavada de los refugiados atrapados entre la impunidad de México y el muro virtual levantado por las directivas del gobierno de Trump, que prácticamente suspendieron el asilo en Estados Unidos.