No existen cadáveres bellos, algunos expresan en su rostro agonía, otros incluso quedan desfigurados o hasta mutilados, según la suerte que corrieron, pero a pesar de eso sus deudos pueden darles el último adiós y verlos con buena cara, gracias a los embalsamadores. Dedicados a embellecer a la gente después de su último suspiro, estos profesionales son capaces de interrumpir el proceso de descomposición de una persona sin vida hasta por 90 días y reconstruir totalmente un cuerpo. Toda su vida está relacionada con la muerte, por eso tratan de entenderla, y no interponer sus sentimientos cuando ofrecen sus servicios. Esta labor no es sencilla, por ello son pocos los que se animan a embalsamar cadáveres. Diana Lidia Zarza Sánchez es una de los ocho embalsamadores que existen en Toluca. La muerte no le asusta, pues creció entre cadáveres, ataúdes y tristes despedidas, debido a los servicios funerarios que ha ofrecido su familia generación tras generación. “Todos hemos crecido así, como estoy acostumbrada a estar entre cadáveres no me dan miedo, para mí todos los cadáveres son iguales, ninguna experiencia es mala, yo creo que todas son buenas”, dijo la joven de 26 años de edad. Los embalsamadores guardan en su memoria el recuerdo de algunas de las personas que prepararon. Les ha tocado brindar sus servicios a curas, políticos, gente pudiente o pobre, a todo tipo de personas, pues la muerte no distingue sexo, edad o nivel socioeconómico. Diana Zarza define a la embalsamación como “una cirugía” que le hacen a una persona muerta para interrumpir su proceso de descomposición, y que después recibe tratamiento estético. “Se baña, peina y maquilla, aunque hay quienes necesitan toda una reconstrucción”, dijo la joven. Durante tres horas los cadáveres quedan listos para su velorio, después que se retira la sangre -que en vida circulaba por todo su organismo- y se sustituye por agua y formaldehido.