Una forma de venerar a nuestros seres queridos cuando mueren es enterrarlos bajo tierra y sobre ese espacio colocar una lápida con nombre, apellido, fecha en la que fallecieron y regresar al panteón con flores y velas para rendirles tributo. Esta tradición de gran arraigo entre los mexicanos ha ido a la baja debido al reducido número de fosas disponibles, a lo que se suma el hecho de que no se pueden hacer cementerios en cualquier sitio ni tampoco ampliar los existentes. Ante esta problemática, la cremación como medio de disposición final de cadáveres ha ganado terreno. Por ejemplo, de cada 10 cuerpos que llegan al Panteón Civil de Dolores, al poniente de la Ciudad de México, seis se incineran y cuatro se inhuman, señala Alejandro Marín, líder de la sección 7 de trabajadores del gobierno capitalino. En la ciudad de México hay un total de 118 cementerios, de los cuales 83 son vecinales, 14 delegacionales, dos históricos y cinco generales. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Geografía y Estadística (INEGI), en el Distrito Federal existe una disponibilidad de 54 mil 747 fosas, pero la proyección de defunciones asciende a 58 mil 227, es decir, tres mil 480 difuntos más de la capacidad con la que se cuenta. Adicional a crear una cultura de cremaciones entre la población por las pocas fosas que aún quedan, “deben rescatarse espacios públicos para hacer panteones”, considera el diputado local por el PAN, Ernesto Sánchez Rodríguez. Señala que frente a la saturación en los camposantos sería conveniente que panteones como “el Calvario”, que se encuentra en la delegación Cuajimalpa, sea explotado al cien por ciento, toda vez que la parte sur tiene capacidad suficiente para tumbas, pero es usado como basurero. Impulsar la creación de panteones nuevos en áreas que el gobierno capitalino expropie es una de las propuestas que el legislador presentará ante la Asamblea Legislativo del Distrito Federal, porque aún hay ciudadanos que privilegian enterrar a sus muertos. Incluso, para atender la demanda que se presente en los próximos años, sería conveniente, dice, fortalecer la construcción de camposantos privados, “hay que trabajar con el sector empresarial y la sociedad civil”. Los capitalinos tienen el derecho de optar por la cremación o por los entierros, por ello es indispensable el Distrito Federal tenga espacios suficientes para atender la demanda y que no sea la falta de ellos lo que motive a las personas a tener como única alternativa incinerar a sus seres queridos, señala. En la delegación Miguel Hidalgo existen dos de los panteones más antiguos de la ciudad de México, el Sanctórum y el Civil de Dolores, el número de visitantes en ambos es de 129 mil. El panteón civil es uno de los más grandes de América Latina con 200 hectáreas y 350 mil fosas y alberga la Rotonda de las Personas Ilustres. “Hay fosas, sí hay fosas, se procura tener alrededor de una disponibilidad de 25 fosas en los panteones”, informa Obdulio Avila Mayo, director general de Gobierno de la Delegación Miguel Hidalgo. En los dos panteones civiles de Iztapalapa, el de San Nicolás Tolentino y San Lorenzo Tezonco, en los que se reciben servicios de toda la ciudad, de provincia e incluso fuera del país, el espacio para inhumaciones es cada vez más reducido. Sin embargo, aún hay capacidad para inhumaciones de quienes viven en esta jurisdicción política, afirma Ulises Medina Araujo, director general jurídico y de gobierno de la Delegación Iztapalapa, donde en la celebración de los Santos Difuntos se esperan 400 mil visitantes en los tres cementerios que tiene. “Los lugares desocupados depende de la temporalidad de los restos, en el panteón civil de San Nicolás Tolentino tenemos 205 mil 992 fosas y, en el de San Lorenzo Tezonco tenemos 91 mil 707 fosas, en el panteón general de Iztapalapa contamos con cuatro mil 774, de ahí varía el número de las que hay desocupadas”. Además, hay siete panteones vecinales con capacidad suficiente, resalta Medina Araujo. Para la celebración del Día de Muertos en los panteones de la capital, las delegaciones realizan desde el viernes operativos para garantizar la seguridad de los visitantes que, como cada año, se dan cita desde temprana hora en las tumbas de sus familiares. Es una fiesta, llevan consigo ofrendas, flor de cempasúchitl para los altares; pan de muerto elaborado con harina de trigo, huevo, azúcar y anís; mantelitos de papel picado, veladoras, así como diversos manjares para comer con los difuntos en su día. O un simple ramillete de flores naturales o una flor artificial que se coloca en los lugares en los que se guardan las urnas con las cenizas de nuestros amigos, parientes, familiares, conocidos. En una iglesia, un panteón, en casa, una montaña, en el mar, en cualquier sitio, o bien, si el montón de residuos fueron esparcidos en algún sitio, lo único que prevalece es el recuerdo.