Jorge Manzo / La Voz de Michoacán Guanajuato, un estado que durante años presumió contar con un modelo de gobierno, de manera paulatina fue perdiendo terreno frente al poder de la delincuencia organizada. Llegó un momento en el cual esa crisis se generalizó en gran parte de los municipios, sin importar el estatus de su población. El crimen se ha apoderado de los espacios públicos y privados sin que ningún gobierno pueda hacer algo, menos cuando la mirada es ciega y los oídos sordos. Escandaliza a nivel nacional la cantidad de homicidios y otros delitos que eran cometidos por los grupos que se disputan el narcomenudeo, el cobro de piso y otros delitos más. Sin embargo, quienes han vivido en Guanajuato saben que la realidad podría ser mucho peor que las cifras oficiales que dan los gobiernos. En carne propia han experimentado el poderío que los criminales ejercen sin compasión. Hasta los poblados más recónditos así sobreviven. Lamentablemente esta realidad no ha sido privativa de Guanajuato, un estado industrial, próspero, con flujo financiero, el corazón de México. Esa ha sido la cruel mirada que se tiene de varios estados de México, en donde la delincuencia organizada se ha apoderado de territorios completos, impone gobernantes y manda como autoridad alterna. Homicidios dolosos, robo a transeúntes y a casa habitación, el grave dolor de cabeza que adolece. Lejos de la suposición de foráneos, el corredor industrial ha sido víctima de los grupos criminales. Desde Celaya hasta León, la violencia ha ido creciendo sin freno. Salamanca, Silao, Irapuato, con momentos sumamente preocupantes. Los cárteles disputándose el control territorial han abierto fuego y una batalla sin cuartel y el miedo se ha apoderado de los habitantes. Nadie está exento de ser víctima de esos tentáculos que aún nadie ha logrado cortar. El negocio de las drogas es quizá una de las principales causas de la violencia creciente que vive el país. Los cárteles buscan mandar mensajes poderosos para sembrar miedo e ir ganando terreno. En los barrios se consumen las drogas más comerciales, pero en las zonas más exclusivas se distribuyen también éstas, y las más sofisticadas que dejan ganancias millonarias a los delincuentes. Absolutamente nadie está ajeno de esta problemática. Pero no todo está perdido. Moroleón, un municipio textilero que goza de tener una de las mejores calidades de vida de Guanajuato, marca la diferencia, y le gana terreno a los delincuentes que mantenían con el yugo a su población. El Cártel de Santa Rosa de Lima impuso durante décadas su poder, con la complacencia, omisión o sumisión de las autoridades en turno, que dejaron al garete a la población y navegaron un barco sin timón. El pueblo fue testigo de esas alianzas de facto que construyeron los criminales con todos los estratos de la sociedad. Gobiernos municipales estuvieron al servicio y sus autoridades terminaron por servir a dos amos, cumpliéndoles con lealtad a los delincuentes, quienes saciaron sus necesidades, golpearon a la sociedad e hirieron de muerte a este municipio que se dispone a renacer de las cenizas que quedaron. Las autoridades no voltean, y quizá porque consideran que es cuestión de suerte, sin embargo, se ha roto ese lazo entre los gobiernos y la delincuencia, y no lo dice el gobierno, sino la misma población que por fin ahora respira tranquilidad, sale a sus calles y recupera su territorio que le fue arrebatado. Quedaron atrás aquellas reseñas periodísticas que hablaban de la crisis de seguridad que hizo tocar fondo a Moroleón. Hoy una mujer está al frente del gobierno municipal. La prueba de fuego la ha superado. Lleva poco más de un año ejerciendo funciones y su principal misión es devolverle la total tranquilidad a Moroléon y que se reconstruya el tejido social de verdad, lejos de los discursos y las palabrerías. Los habitantes ya no son víctimas de extorsiones ni secuestros, porque no hay colusión del poder con los que los cometen. ¿Es tiempo de las mujeres?, quizá sea un tema de debate, pero lo que es irrefutable es que Moroléon vive una nueva era, algo que nadie se atreve a decir pero lo importante es que el pueblo lo está viendo.