Ha sido una noche larga, Javier ha dormitado toda la madrugada en espera del gran día, en medio de la oscuridad y frío sale de su casa rumbo al Parque Metropolitano de León, siguiendo el camino amarillo de los carteles del Festival Internacional del Globo 2014. Aún las estrellas titilan cuando su tripulación alista los últimos detalles, dicen en la “base operaciones” que hace buen tiempo, los barómetros lo confirman y el viento es un susurro que cosquillea entre los cuerpos, la temperatura hiela el pasto y entumece las manos, es hora. Enfundado en su chamarra negra revisa todo en su camioneta, con sus compañeros sube el ventilador y la bolsa de más de 100 kilos con el globo adentro, los tanques están llenos de gas butano y la canastilla en su lugar para ir a la zona de despegue. La fila de camionetas es larga, una jeep roja encabeza la comitiva que avanza lentamente entre pirules enanos recién plantados y centenares de personas que avanzan bajo un cielo negro, son las seis de la mañana, los niños bostezan, se acurruca en sus padres, el aire helado obliga a buscar cualquier racimo de calor. A las orillas del camino las fogatas casi extintas de los campistas generan una neblina suave que se pierde en el cielo sobre el lago, poco a poco empiezan a despertar y más personas se suman a la larga fila en busca del mejor sitio para ver el vuelo de más de 200 globos aerostáticos. Es hora de despertar, el rugido del fuego es la señal, una cadena de bocanadas lumbre ilumina el cielo, los niños apuntan la mirada al cielo y en sus ojos se ve el brillo de la explosión del gas butano al hacer combustión. Después, el chasquido de cientos de disparos de cámaras y celulares que apuntan a los pilotos, la música disconforme de sus estrellas inicia la fiesta, el rock se mezcla con la banda y su tambora, la salsa y el pop bailan en coro una danza solidaria hasta el lugar de ascenso. En la zona de despegue cimbra el cuerpo frío, sin embargo, para Javier no importa, la tripulación descarga con cuidado cada pieza de “El Loco”, el globo aerostático que Stuart vuela desde hace años, el sol temeroso se esconde detrás de la montaña, sólo un rojo advierte su presidencia en el horizonte. Son las siete de la mañana, es hora de desenredar las cuerdas e inflar el globo, Javier y Stuart empiezan la tarea, lentamente deshilan el globo con ayuda de un ventilador gigante que ensordece las palabras y rompe el silencio de la mañana, los hijos de Stuart y la tripulación ocupa su puesto previamente ensayado. Stuart atiende los detalles, con un encendedor da vida al dragón que se esconde en el corazón del globo, lanza un disparo de fuego en su interior y poco a poco el gigante cobra vida y se erige con ayuda del aire caliente. Con los primeros rayos del sol, el globo número uno se eleva en el cielo, Stuart alista los últimos detalles, checa el barómetro por última vez, con el viento sigue quieto, la temperatura es la adecuada, su rugido se hace cada vez más fuerte, es el momento adecuado para elevarse. Decenas de curiosos se asoman a las entrañas de “El loco”, levantan la mirada y en sus ojos se ve el reflejo del vuelo de los gigantes al elevarse, en las caras de los niños no cabe el asombro, sonríen, apuntan al cielo, mientras 200 globos suben poco a poco a la atmósfera, escupiendo fuego como dragones multicolores que se lleva el viento. Desde el cielo las figuras toman otra dimensión, el sol ilumina el lago y se vuelve un enorme espejo, el hormigueo de la gente a su alrededor apenas se distingue, las montañas de Guanajuato se hacen pequeñas, en la canastilla sólo se escucha el resoplido del gas quemándose y en calor sobre la cabeza. Sin embargo en la tierra la algarabía sigue, los niños se montan en los hombros de sus padres, corren por el parque; las parejas se abrazan, se besan, buscan su momento de intimidad entre un tumulto de alegrías; todos esperan el descenso. Mientras el globo de Stuart se encamina hacia los matorrales de una zona residencial, el equipo en tierra sube la camioneta y como un caza tornados, zigzaguea por las calles y las carreteras en busca de sus compañeros. El aterrizaje de Javier y Stuart ha sido fácil, encallaron en una avenida poco transitada, a su alrededor los vecinos sonríen, desayunan en sus pórticos, observan a lo lejos el espectáculo de colores. Después de casi una hora de vuelo, el equipo de Javier y Stuart deja caer al globo sobre el pavimento, suavemente extraen el aire caliente hasta formar una manta tricolor sobre el piso, cada dobles es preciso, el inmenso globo de más de 10 metros de altura queda reducido en una bolsa, el combustible se agotado, es hora de prepararse para la noche. En el parque lo globos han desaparecido del cielo, sin embargo, la fiesta continua, a lo lejos una música ambienta el lugar, las familias buscan una sombra para cubrirse del sol, los niños juegan, corren, se divierten entre el pasto; hay quien busca un trago para aliviar el calor o cualquier sombra para hacer menos larga la espera. Las horas avanzan lentamente, ha sido un largo día, muchos llevan más de 12 horas despiertos, pero hora tras hora cientos de personas arriban a las orillas del lago, dicen que en la noche vendrá lo mejor. Apenas se oculta el sol y el rugido de los dragones vuelve, las camionetas danzan sobre el césped escupiendo las bocanadas de fuego al aire, iluminan la noche con una luz ámbar, la multitud se aprieta, pareciera que el cielo ha invertido su posición y por esta noche las estrellas salen de la tierra. Es hora del baile de los globos, al ritmo de la música iluminan el lugar, los colores se multiplican, la música a penas se distingue entre el murmuro de miles de personas y vendedores de fritangas. De repente, como luciérnagas gigantes que nacen del suelo, miles de globos de cantoya arrebatan a las estrellas su fulgor, vuelan lentamente sobre el lago hasta perderse en la oscuridad de la montaña.