¿Los mexicanos somos racistas?

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Notimex/La Voz de Michoacán

 

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México. Para escudriñar este tema tan vigente tanto en la sociedad como dentro de la cultura mexicana Notimex ha consultado a distintos especialistas que han aportado sus reflexiones para mirar este 12 de octubre no en clave celebratoria ni neutral, sino desde una posición crítica.

Respondiéndonos a la pregunta acerca de qué es el racismo, el historiador, economista y catedrático de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), el doctor Enrique Rajchenberg, sostiene que:

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—El racismo puede ser definido como la deshumanización del diferente, convirtiéndolo en un sujeto radicalmente Otro; es decir, despojándolo de toda condición humana; esto es, bestializándolo. La designación del otro es una operación que consiste en poner en evidencia las diferencias que hay con grupos sociales distintos al propio y que puede dar lugar a la burla y a una colección de chistes más o menos hirientes o, al contrario, a la valorización de los rasgos atribuidos a ellos. Esto sucede en todas las culturas. Pero es radicalmente distinto del racismo que es una negación absoluta del otro.

      El racismo, en cambio, pretende legitimar el exterminio, cuyo caso más extremo en el siglo XX es el fascismo nazi, o el sometimiento a la explotación más descarnada. Con base en un rasgo físico, el color de la piel o la forma del cráneo, por ejemplo, el racismo afirma la superioridad de algunos y consecuentemente la inferioridad ontológica de los otros que justificaría su reducción a un orden no humano”. 

Pero si el racismo sucede en cualquier cultura del planeta, ¿qué lo hace diferente del fenómeno experimentado en sociedades como la mexicana, la cual parte de ser una estructura colonizada tal como el resto de las naciones latinoamericanas?

 

La negación 

 

Si bien en general el racismo es una manera de diferenciar y desigualar al otro sólo por no contar con rasgos físicos pero también culturales similares a los que posee quien racializa, ¿cuál es la peculiaridad de dicho proceso en clave del colonialismo vivido en este lado del mundo a partir del siglo XVI?

Para Yásnaya Aguilar, quien es lingüista mixe, el racismo en nuestro país tiene ciertas peculiaridades:

—Una expresión muy característica del racismo en México es la negación. El hecho de que el discurso del mestizaje (que fue más bien un proyecto político más que un proyecto genético) lo que hace es negar la existencia del racismo dado que existe la supuesta mezcla entre razas. Entonces eso me parece muy pernicioso, pues ni siquiera hay un reconocimiento frontal de la existencia de cómo opera este sistema en la sociedad mexicana.

Pareciera que estamos ante un modo de ser y hacer dentro de la cultura mexicana, algo tatuado en el ADN social y nacional pero negado… ¿somos racistas los mexicanos? Quizás nos ofendemos ante bravuconadas provenientes de ciertos líderes de potencias mundiales, pero… ¿nosotros cómo tratamos a los migrantes centroamericanos o incluso a los integrantes de los pueblos originarios de México? Es como si la racialización, en el mejor de los casos, la ubicáramos en el pasado pero nunca en el ahora, siempre allá afuera pero nunca con nosotros.       ¿No estaremos hechos de una matriz racista colonial inaugurada durante el siglo XVI y que aún en la actualidad se halla vigente? El racismo nuestro y actual, ¿cuáles líneas de vínculo guarda con la Conquista y la Colonia?

Enrique Rajchenberg, quien también es profesor del posgrado en estudios latinoamericanos de la UNAM, nos responde:

—El racismo es coetáneo del colonialismo y éste del capitalismo. La sujeción colonial… esto es, la sustracción constante de riquezas materiales y de energía humana en beneficio de una metrópoli o del centro de un imperio va de la mano de la bestialización de la población originaria. Ello significa que la civilización occidental corre paralela a la barbarie occidental.

      Nada mejor para ilustrar que el siguiente párrafo extraído de una carta de un fraile dominico español del siglo XVI refiriéndose a los pueblos originarios y que ha sido rescatada recientemente por el historiador Enrique Semo: ‘Ninguna justicia hay entre ellos, andan desnudos, no tienen amor ni vergüenza, son como asnos, abobados, alocados, insensatos; no se detienen en nada para matarse ni matar…. Nunca creó Dios tan cocida gente en vicios y bestialidades’.”

He ahí la mirada del hombre blanco que arribó a estas tierras a partir de que Colón bajara de los barcos. Sin duda, es una mirada de superioridad que inferioriza al mal llamado indio, ¿pero tales declaraciones durante el siglo XVI son cosa del pasado o quizás esa producción de miradas y narrativas racistas continúa de alguna manera en el presente?

 

El racismo, entonces, no sólo es una cuestión de inferiorizar a alguien por la pigmentación de su piel sino se trata de algo mucho más profundo e histórico. El racismo imperante en la cultura mexicana pareciera ser un proceso que halla su matriz en dos momentos puntuales, tanto en el denominado descubrimiento de América como también durante ese proceso iniciado a partir del siglo XVI en lo que hoy conocemos como América Latina: la Conquista y la Colonización de los pueblos originarios.

Se racializa al indígena en la actualidad no solamente por su color de piel sino porque, históricamente dentro de los imaginarios de esta nación, se le considera como inferior, bárbaro, atrasado y no humano; tal como lo atestiguamos al leer la declaración que el doctor Rajchenberg expuso acerca de cierto fraile del siglo XVI —incluso recordando también la disputa intelectual entre fray Bartolomé de Las Casas y el jurista cordobés Juan Ginés de Sepúlveda, durante el año de 1550 en el denominado Juicio de Valladolid, donde el segundo de tales personajes afirmó que los indios son pueblos sin alma, es decir sin grado de humanidad.

¿Cuáles son esos marcadores raciales que han viajado durante el tiempo —con sus respectivas fluctuaciones— y se mantienen vigentes hoy en día en contra de los pueblos originarios?

El profesor Rajchenberg nos aporta algunas reflexiones con respecto a tal fenómeno:

—La racialización de relaciones de clase que caracterizó a la sociedad colonial y del siglo XIX persiste hasta nuestros días. Ciertos rasgos físicos siguen siendo un marcador de las posiciones que puede ocupar un sujeto en la sociedad mexicana, pero también en la brasileña, en la peruana o en la argentina. Un hecho significativo es la reacción que suscitó en redes sociales las fotografías de la protagonista de la película Roma vestida por un modista europeo de gran renombre. Este hecho es emblemático porque si bien resulta “políticamente incorrecto” exhibir abierta y públicamente posturas racistas, el anonimato de las redes sociales da pie a la expresión de una subjetividad colectiva profundamente racista.

En ese sentido, el poeta Mardonio Carballo hace una elucubración con respecto al papel de los medios de difusión masiva como reproductores del racismo colonial:

—Hubo un tiempo en que la televisión respetaba el color de piel para dárselo a actores que parecían indígenas, pero ahora me parece que ha llegado un punto en donde nada más las y los visten al estilo “Tizoc”, “María Candelaria” o la “India María” y terminan siendo una representación burda de lo que somos los mexicanos.

“Por su parte, el periodismo mexicano cojea muchísimo en los temas de la multiculturalidad y diversidad, no está preparado. Los temas concernientes a los pueblos indígenas en nuestro país se tocan con poca profundidad. La mayoría folclorizando o romantizando (que también son formas de racismo); el periodismo no escapa a ello”.

Pero tal expresión de inferiorización al otro no se da solamente desde el cine, la televisión ni el periodismo, sino también en la vida cotidiana, en circunstancias tan básicas como el hablar y nombrar al mundo.

 

 

Las lenguas prohibidas

 

 

La dimensión lingüística es otro campo en donde incide el racismo inaugurado tras el descenso de Colón de sus carabelas. Ello tanto en el hecho de que el español sea el lenguaje predominante en nuestra nación, pero también en el sentido de que las demás lenguas —en este caso, las indígenas— sean poco valoradas, muchas veces olvidadas y provoquen vergüenza en algunos de sus hablantes, pues saben que al pronunciarlas en voz alta dentro de ciertos lugares, como la Ciudad de México, les generará ser mirados como inferiores.

Así nos lo comparte la psicóloga social Cynthia Monter, quien al realizar su tesis de maestría en medicina social en la Universidad Autónoma Metropolitana-Xochimilco, entrevistó a una serie de hombres y mujeres indígenas, que por problemas de salud debieron viajar desde sus lugares de residencia —en provincia— hasta la Ciudad de México:

—La vida cotidiana de la población indígena en la Ciudad de México ha devenido en el abandono de sus costumbres, tradiciones y lenguas. Muchos pacientes indígenas, después de transitar por un largo proceso de atención médica de tercer nivel en el corazón del país, manifiestan que no enseñarán la lengua de sus ancestros a sus hijos pues hablarla es motivo de burla, de ser tratados como si fueran seres humanos de segunda clase.

      El tema del racismo en México es un debate urgente. Como investigadora y profesora de historia, me doy cuenta que nuestro país va perdiendo parte de su identidad. La paulatina muerte de lenguas indígenas, las condiciones de desigualdad social en que vive este sector de la sociedad, la clasificación cultural entre mexicanos de primera (mestizos) y de segunda (indígenas) va marcando nuestras relaciones y la manera de entender el mundo”.

Esta grave situación sin duda nos hace evocar el poema “Cuando muere una lengua”, de la autoría del historiador Miguel León-Portilla, recientemente fallecido:

Cuando muere una lengua,

sus palabras de amor,

entonación de dolor y querencia,

tal vez viejos cantos,

relatos, discursos, plegarias,

nadie, cual fueron,

alcanzará a repetir.

¿Por qué puede suceder tal epistemicidio lingüístico? En palabras de Yásnaya Aguilar, “el racismo tiene una relación directa con las lenguas indígenas, dado que ellas están asociadas a una categoría como es lo ‘indígena’, la cual ha sido racializada y como está ordenada en este sistema racial en una estructura inferior en comparación a la cual le oprime, entonces las lenguas indígenas también se leen como inferiores, aunque no sean así”.

Durante un viaje en el Metro de la Ciudad de México, ¿miramos igual a alguien que, repentinamente, nos extrae de la rutina al hablar en inglés o francés en comparación con algún hablante de cierta lengua indígena? ¿Por qué en redes sociales existen memes en los cuales se muestran imágenes en sentido de burla con relación a palabras y hablantes indígenas, y no necesariamente así en comparación con hablantes y lenguas como el inglés, francés o italiano? ¿Por qué los libros de texto, los servicios de Salud Pública o los señalamientos viales, por mencionar sólo algunos ejemplos, no están orientados también a usuarios de lenguas originarias en un país con aproximadamente 68 lenguajes indígenas?

Sin duda, tal situación es una batalla por librar en el entramado de procesos raciales en México. Aunque, por supuesto, no todo el racismo empieza ni acaba en la lengua, tal como Mardonio Carballo expresó a Notimex:

—Podemos ir caminando poco a poco, ser indígena en este país y hablar tu lengua se convierte en un acto de resistencia pero debemos trascender la lengua; me parece que ya ganó un espacio en la narrativa nacional. Hay que ir más profundo, ya la gente empieza a decir que en México se habla alguna lengua y te mencionarán tres o cuatro. Ahora, ¿cómo esa lengua podría ser un patrón para narrar al mundo, problematizarlo y resolver sus problemas? Cada lengua y cada pueblo son un cúmulo de conocimientos que si aprendieron a nombrar al mundo, también ayudan a resolverlo.