Sin fuerza y sin luz

La Voz de Michoacán. Las últimas noticias, hoy.

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Macario Schettino

 

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La Segunda Sala de la Suprema Corte de Justicia de la Nación decidió que el SME no puede ampararse frente a una decisión del presidente de la República que decidió dar fin a la empresa Luz y Fuerza del Centro hace poco más de tres años.

Los quejosos argumentaban que la CFE debería ser patrón sustituto, y por lo tanto debería contratarlos. No es así, dice la Corte.

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Con esto debe terminar definitivamente el conflicto, y el SME, aunque puede seguir existiendo, no tiene ya mucha razón de ser, de forma que lo conducente sería que se disolviera, y repartiera sus bienes entre sus miles de afiliados. Y cada uno de ellos, con su liquidación y con la parte que les toque de los activos del sindicato, podrá iniciar un negocio, o buscar otro empleo.

La decisión de Felipe Calderón de cerrar Luz y Fuerza del Centro fue de gran importancia. Desde Luis Echeverría, hace 40 años, era claro que esta empresa costaba más de lo que producía, y había que cerrarla. Pero su sindicato, el SME, es uno de los más antiguos del país, y fue la cuna del primer gran dirigente obrero nacional, Luis N Morones. Por cierto, el primero que se enriqueció de forma obscena, jugó en los altos niveles de la política, y cometió el gravísimo error de aspirar a la presidencia. Peor, teniendo como contrincante nada más que a Álvaro Obregón.

Con esa tradición, y con gran fuerza interna, el SME era un adversario de cuidado, de forma que ni Luis Echeverría, ni los cinco presidentes que le siguieron se atrevieron a tomar la decisión de cerrar Luz y Fuerza. Y cada año esa empresa le costaba más al gobierno, es decir a los que pagamos impuestos. Para cuando Calderón decidió por fin cerrarla, el costo, en puro subsidio, ya era de casi 40 mil millones de pesos por año.

El SME ha logrado mantenerse funcionando durante poco más de tres años, y tiene buen poder de convocatoria, que estaba asociado a la posibilidad de recuperar ingresos de los agremiados. Ahora que han perdido el amparo, y que ya no queda ningún recurso para recuperar los empleos, la única posibilidad es lo que llaman “negociación política” para obtener algo del gobierno. Es lo mismo que hacen otros grupos “sociales”: ejercen presión política para obtener recursos. Uno podría llamarle robo, pero no es exactamente el término. Chantaje es más cercano.

Como decíamos el martes, no queda clara la dirección del actual gobierno federal, de forma que no le podría decir qué tiene más probabilidad de ocurrir. Uno supondría que tienen una buena oportunidad para terminar con un conflicto social, puesto que ya no hay materia por discutir, y el objetivo del gobierno podría ser la liquidación del sindicato a cambio de algo de lo que ellos solicitan. Pero a lo mejor se le sube lo tradicional a los funcionarios y le ven posibilidades políticas al movimiento, de forma que les convenga mantenerlo latente. Eso hizo el viejo PRI en muchas ocasiones. El SME mismo es ejemplo de ello.

Pero más allá de este asunto en particular, hay algo que tenemos que ir pensando. El siglo XX fue el siglo de los sindicatos: lucharon por organizarse y por los derechos de los trabajadores desde fines del siglo anterior y las dos primeras décadas del XX. Luego se convirtieron en actores políticos, con más intenciones de obtener el poder que de lograr derechos, ilusionados con la Unión

Soviética (en la creencia de que allá había gobierno de trabajadores). Después de la Segunda Guerra, los sindicatos siguieron por las dos vías: participación política y logros sindicales, hasta que en los setenta se vino el mundo encima.

El cambio económico y político de esa década puso a los sindicatos en una situación insostenible. Me refiero a Europa especialmente, pero también en Estados Unidos, en donde el sindicalismo siempre ha sido menos extendido, pero ha contado con poder. En los últimos veinte años del siglo, el sindicalismo se empezó a desmoronar. El que sobrevivió, en Europa especialmente, debió concentrarse en temas económicos, y en productividad más que en “victorias laborales”.

Hoy el sindicalismo importante en el mundo es el que tiene al gobierno como patrón. Porque el que trabaja para empresas ya no tiene poder. El poder es del consumidor. Si un producto es caro, no se vende. Y un producto hecho en una empresa con muchas prestaciones laborales es un producto caro. Pero si el gobierno es el patrón, no hay competencia, y el sindicato puede extraer rentas a su gusto.

Esto puede estar cambiando. Aunque no hay otro productor de los servicios del gobierno, el costo al que éste vende puede llegar al absurdo. Es el caso de los abultados déficit y deudas gubernamentales. En los países desarrollados, los que extendieron el estado de Bienestar durante el siglo pasado con toda enjundia, el dinero ya no alcanza. La única forma de resolver esto es reduciendo las prestaciones, y eso pasa por los sindicatos del gobierno, que son los únicos que todavía son importantes.

Así, al enfrentamiento del que le hablaba la semana pasada, entre los jóvenes y los viejos, hay que sumar ahora el enfrentamiento entre sindicalizados de gobierno y pagadores de impuestos. En ambos casos, la causa es la misma: demasiadas prestaciones. Y puede ser que los grupos se parezcan: los sindicalizados de gobierno, si no me equivoco, son menos jóvenes que el promedio. Mientras que hace unas pocas décadas todos eran sindicalizados, todos pagaban impuestos y todos eran consumidores, ahora los grupos son diferentes. Los sindicalizados son más viejos, los consumidores y pagadores de impuestos, más jóvenes. Y no creo que quieran transferir su riqueza por mucho tiempo.

Éste no es un problema de México, sino de los países desarrollados. En México el problema es un poco diferente por la forma en que el mismo Estado creó al sindicalismo, como sostén político. Pero al final, hay grandes parecidos. Es un problema de rentas: quién produce y quién se lo gasta. Nadie disfruta que lo saqueen. Y cuando es mucho y por mucho tiempo, cualquiera se enoja.

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