Jorge Manzo/La Voz de Michoacán Parácuaro, Michoacán. Alberto Aguilera Valadez será el “Amor eterno” de los habitantes de ese pueblito bonito rodeado de manantiales, sembrado de arroz y de árboles frutales que él mismo describió en una de sus tres melodías que le dedicó a Parácuaro. Hace dos años falleció él, pero Juan Gabriel seguirá siendo una leyenda; a él lo esperan aún en este lugar enclavado en la Tierra Caliente, entre Apatzingán y Tancítaro. Su gente le rindió un sentido homenaje. No necesitan de tantos reflectores ni de grandes artistas para recordarle el cariño y reconocerle el talento que dejó grabado en decenas de canciones. Juan Gabriel para muchos de los que eran sus grandes amigos, ya se murió, y ahora con quien quieren quedar bien es con Iván, el hijo mayor y heredero universal, reclaman los vecinos que en algún momento le dieron alojo a grandes luminarias. El alcalde Noé Zamora y el Comité “Regresa a Casa Alberto” no descansan; siguen siendo los principales promotores de Alberto Aguilera, aunque su sangre no voltee a ver a Parácuaro. Algunos de sus sobrinos, entre ellos Antonio Aguilera acude a los eventos que le dedican; él “nació en el pueblo y es del pueblo”, aunque durante algunas décadas estuvo con su tío. A don Pablo Aguilera, el único hermano que le sobrevive, ya le pesan los años. “Es un homenaje sencillo”, dicen ante las cámaras los habitantes, cohibidos ante los grandes eventos que organizan por su cuenta quienes han rechazado asistir a Parácuaro. “A él le hubiera gustado que después de muerto, ellos siguieran viniendo para que le ayudaran al turismo al municipio, pero no, ya no está, ya no tienen motivos”, reclaman airados los pobladores y fanáticos. Juan Gabriel deseaba que no se olvidaran de la Villa de los Manantiales, incluso, él rehabilitó el pueblo y uniformó la pintura de sus casas, e hizo de doble carril la entrada principal con la idea de que más personas vinieran a comer aunque sea una paleta, dicen los habitantes, quienes agradecen que aunque casi no estuviera en su casa, no dejaba de estar pendiente de sus amigos de la infancia, y de otros tantos que fue haciendo en su vida. Los vecinos se reunieron temprano en la casa natal de Alberto. Le colocaron ofrendas florales y cantaron algunas de sus melodías. “Amor eterno” no faltó. Era muy especial para él, cuentan sus amigos. Después estuvieron frente a su monumento, en donde lo adornaron de flores y le rindieron honores. A él lo idolatran, propios y ajenos. Periodistas internacionales y nacionales fueron a su casa para grabar los testimonios de los suyos. Por la noche, en la plaza principal hubo un evento musical. María Ilusión estuvo en la misa que previamente le dedicaron. El festival popular estuvo austero. Fue hecho por el pueblo y con colaboraciones de quienes eran fanáticos de Alberto Aguilera. Se concentraron decenas de pobladores, quienes recordaron las canciones más emblemáticas del cantautor michoacano. Los habitantes siguen esperando que se haga realidad el museo que se construiría a un lado del templo.