Martín Equihua / La Voz de Michoacán Aquila, Michoacán. La lengua náhuatl de la costa michoacana está en peligro de muerte, no obstante que se trata del idioma indígena de más hablantes en México. La variante lingüística de pescadores, agricultores, artesanos, obreros de la mina y prestadores de servicios, languidece a la sombra de las carencias de quienes viven -a decir de la estadística oficial- en el municipio de más alta marginación y de mayor rezago social de Michoacán, y uno de los más pobres del país. En estas comunidades la pobreza a secas resulta ofensiva. El abandono del orden institucional, como el de la sociedad nacional en su conjunto, son insostenibles. Y si bien no se ignora que otras zonas indígenas del país, como la Montaña Alta de Guerrero, viven en condiciones de mayor apremio, en la cuna de Ocampo y Morelos, la indiferencia con las comunidades nahuas de la sierra-costa es indefendible. Tal es la condición de Aquila, Ostula, Coire y Pómaro, “las capitales”, a las que pertenecen decenas de poblaciones, incluidas las costeñas de Maruata, Faro de Bucerías, La Ticla o Colola, de enorme potencial turístico, que siguen a la espera de una política que atienda –y entienda- las múltiples propuestas regionales para generar empleo. Inician su propia producción Más de doscientos productores de jamaica de la comunidad de Ostula y sus poblaciones anexas, decidieron organizarse para producir y vender de manera colectiva su producto, pues ya les resulta inadmisible que "el gordo Ceballos de Colima y otros acaparadores", sean quienes se queden con la mayor parte de la ganancia de su extenuante trabajo. Bajo la abrazadora sombra de una bicentenaria parota, los directivos de la naciente organización jamaiquera relatan pena y gloria en torno a la flor roja. Se trata, dicen, de un cultivo agotador, pero de poca exigencia de suelo y agua, por lo que se produce con el temporal de lluvias y se cosecha en diciembre, con el trabajo “de mujeres y niños que terminan bien ajuatados". Han cultivado esta flor por incontables generaciones, por lo que ahora, “por derecho”, han decidido probar suerte de forma organizada. Tratándose de un pueblo de intensa devoción por la imagen de Santa María, días antes de la fiesta del 12 de diciembre, cuando la necesidad asoma por cada rendija de los caseríos, el intermediario llega de Colima y les arrebata la flor seca, a precios bajos, muy bajos: “pero no hay de otra”, lamentan. Hasta ahora su necesidad de mejorar las condiciones de producción y venta, no ha encontrado el eco institucional necesario. La verdad es que no han sido prioridad de nadie, aunque los decretos presidenciales ordenen otra cosa. Apenas es que la Comisión Estatal para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas se ha hecho presente, como parte de su agenda de acercamiento con los sectores de Aquila, pero los productores tienen desconfianza y hasta desencanto con el orden institucional… aunque también esperanza. ¿No habría forma de conseguirles becas a todos los muchachos que quieren estudiar?, preguntan, y, prioritarios como son, quedan a la espera. A la espera como están otros productores, ya de tamarindo, papaya, tomate, mamey, coco, vainilla… y no se diga de los cientos de ajonjolineros de Coire, Cachán y Colola, los que necesitan de un despliegue efectivo de acciones gubernamentales. Por lo pronto, los de la flor roja empezaron ya su camino, y esperan que las instituciones públicas les respondan como prioritarios que son, para no andar tomando carreteras ni molestando a terceros, pues una cosa tienen muy clara: “es nuestro derecho”. Pescadores, con limitaciones Por su parte, los pescadores nahuas se encuentran organizados en nueve cooperativas, agrupadas a su vez en una federación. Sus lanchas y artes de pesca, poco tecnificados, sólo les permiten hacer una limitada pesca ribereña de huachinangos, pargos y otras especies, prácticamente de orilla del mar. Pero además de embarcaciones y de equipo de pesca en las mejores condiciones tecnológicas, los pescadores necesitan que se concluya la llamada lonja pesquera en la que se invirtieron cerca de ocho millones de pesos, y que se entregó sin concluir, una mañana de hace cuatro o cinco años, cuando cortaron el listón con bombo y platillo. Hoy es un elefante blanco como suele decirse; un recurso público mal tirado. Pero también están las pescadoras, o, como se dicen, “las señoras de los pescadores”, de Faro de Bucerías y Maruata, que están emocionadas con la idea de una fábrica de chorizo de pescado que pueda resultar en una fuente marina de ingresos. Lo que queremos es empleo, atención del gobierno, respetando nuestra cultura”, dice Yolanda Pérez, desde un acantilado tras el que se dibuja la franja costera. Explica que “los palaperos y palaperas” desean que se les puedan acondicionar sus comederos, por lo que también quedan a la espera del eco institucional. Maruata, la costa preciosa Maruata sintetiza la belleza de esta franja del litoral. Sus caprichosas formaciones rocosas, como “el dedo de Dios”; sus aguas de azul profundo, sus cavernas y acantilados, además de su playa de arenas blancas, configuran el escenario perfecto para articular una política pública que promueva un desarrollo basado en el interés genuino de los indígenas nahuas. Las comunidades y sus asambleas de comuneros, hace tiempo que decidieron no vender sus tierras a quienes sólo vieran en ellas potencial económico; pues no quieren ese empleo de meseros y mucamas, de jardineros y vendedores de chucherías. Hay ya un nuevo sitio en sus corazones para las danzas y las fiestas, para sus compadrazgos y parentescos, para sus blusas y enaguas… pero aun su preocupación es débil por el florecimiento de esa variante costeña de la lengua más hablada en México, la náhuatl, sobre la que les enseñaron durante buena parte del siglo 20, que tenían que renunciar a emitir su sonido. Respetar que no quieran enajenar sus tierras, es respetar la diversidad y reconocer que no hay pueblo en el mundo sin cultura, esos universos de símbolos mediante los cuales relacionarse con el mar o las nubes, con las parotas o las sirenas, con algún dios o con las sombras de la noche. Ahí está mal herido el náhuatl y sus danzantes para la lluvia o la siembra. Ahí está “la tigra” fundadora de La Ticla, con toda su fiereza y con su cueva redescubierta a cientos de metros rumbo a la sierra. Ahí está la muy venerada Santa María, gran patrona de Ostula, que desde su llegada, cinco siglos atrás, se empecinó en mirar hacia tierra adentro, dando la espalda al mar. Las historias son increíbles e incontables: para el origen o fin de los tiempos; para el destino de los hombres o de la mar. Y ahí está la medicina tradicional indígena que sigue viva, y más aún, ante la flaca oferta de servicios de salud pública y privada. El té de anís para las lombrices o el árnica machacada para las heridas, siguen ahí junto a la pasiflorita, el garrapato, la doradilla y el toloache, y no se diga la partería que literalmente sigue haciendo por la vida. Por todo ello, es un imperativo fortalecer el ingreso y la comida en las mesas, y ya ellos y ellas sabrán qué hacer con sus culturas, qué música o qué danza componerle a las olas, con qué cristales mirar el mundo. Los prioritarios siguen a la espera, mientras miran el dedo de Dios