Martín Equihua/Colaborador Huáncito, Chilchota, Michoacán.- Todo se conjugó para que se encendiera el Fuego Nuevo Purépecha, una celebración cada vez más concurrida, en la que se rememora un ritual prehispánico, central en la cosmogonía de este pueblo. El día empezó con un ceremonial del amanecer, seguido de juego de pelota, festival artístico, conferencias y exposiciones, destacando la multitudinaria uanópikua, el recorrido de las delegaciones comunitarias, a la que le quedó chico el pueblo. Danzas, bandas y orquestas, viejos, jóvenes y niños, en un torbellino de colores y sincretismo. Símbolos antiguos y modernos, religiosos y paganos; alegría desbordada en cada paso, con las imágenes de la naturaleza por delante, como los venados danzantes de Tacuro o los leones de Purenchécuaro. Negritos y hombres blancos barbados, atrapados en máscaras, junto a viejitos y kúrpites; los panaleros de Cherán que llegaron con un águila viva, junto a las siempre hermosas ireris de los barrios de Uruapan, donde en un entorno urbano marcado siempre por la discriminación, se trabaja de verdad por el reflorecimiento de la matriz cultural madre de los michoacanos. Entrada la noche, el arribo de visitantes se incrementa, con muchos jóvenes y niños vestidos de manta y flores, y entonando con sus mejores voces, las pirekuas que aseguran que son ya patrimonio intangible de la humanidad. Como todos los años, el instante del encendido, en medio de la tiniebla, promete ser un soberbio sello de identidad.