Redacción/La Voz de Michoacán Uruapan, Michoacán. Un día el río Cupatitzio dejó de murmurar como antes, quedando seco el cauce; los verdes campos sin agua, estaban tristes y amarillos por las hojas secas; hubo angustia, pena, ruegos y llanto, hasta que un día Fray Juan de San Miguel se puso a meditar por esta desgracia, sus ojos volteaban al cielo y sus plegarias como sus rodillas, no dejaban de tocar el suelo. Un rayo divino hizo que sonaran las campanas y la gente se juntó. Y continúa la leyenda que se hizo una procesión con la Virgen y las doncellas del pueblo, las huananchas o muchachas que la custodiaban hasta llegar al manantial que estaba seco y triste; se oró y Fray Juan de San Miguel roció agua bendita entre las rocas del cauce vacío. El suelo se sacudió y se estremeció, surgió entonces un fétido olor a azufre y de lo más profundo se escuchó un grito y surgió la figura de Satanás que retrocedió espantado y cayó hincado en una roca que aún conserva la oquedad, una rodilla del príncipe de las tinieblas. Y de nuevo brotó el agua, y desde entonces no deja de murmurar el manantial del Parque Nacional; las doncellas y las huananchas conservan el ritual de llevar agua en sus cántaros de barro de Patamban, a bendecir al templo de la Inmaculada Concepción de María, para luego llevarla a sus respectivos barrios y distribuirla para que nunca falte. Una vez más se ha cumplido con el ritual, Las Aguadoras de los barrios fundacionales de Uruapan llenaron sus cántaros con agua del manantial de la Rodilla del Diablo, donde agradecieron a los cuatro elementos, aire, agua, fuego y tierra; entren el humo del copal y el sonido del caracol, Norma Urbina Ángel agradeció que el agua que da vida a Uruapan y la región, siga brotando aquí, donde nace el río Cupatitzio. Con sus cántaros adornados con frutas, dulces, flores, charanda, panes, las doncellas los llevan sobre su cabeza encima de un huancipo elaborado con un rebozo de patakua, hojas de maíz o de vástago; salen desde el jardín donde se ubica el monumento a Fray Juan de San Miguel, llevando consigo el agua, van los contingentes de los barrios tradicionales. Barrios como el de San Juan Bautista, Santo Santiago, San Juan Evangelista, San Pedro, La Magdalena, San Miguel, La Trinidad o El Vergel, San Francisco, son representados por 20 o 30 doncellas, visten sus atuendos tradicionales y de gran colorido, el rollo, naguas blancas, delantal, guanengo bordado a base de punto de cruz de Zacán, largas trenzas adornadas con multicolores listones y claro, los huaraches de Sahuayo; el rebozo de patakua de ParachoAhuiran, ya sea en forma de huancipo para el cántaro, trenzado, cruzado o al hombro. Debidamente ordenadas por contingentes, representadas por la Ireri del barrio y al ritmo de los abajeños o sonecitos de las ocho bandas de música de viento de Capacuaro, Angahuan, Turícuaro o Tingambato, recorren el tramo desde el Parque Nacional al centro de la ciudad; asisten a una misa donde es bendecida el agua, luego acuden al Museo de los Cuatro Pueblos Indios, la huatápera y de ahí parten a sus respectivos barrios a repartir el agua. Se ha cumplido una vez más con la tradición. Reza un fragmento del poema de Serapio Barajas: “Entre escarpadas rocas de granito/ y al pie de los peñazcos milenarios/ en donde estampó el Diablo la rodilla/ brota el gran Cuaptitzio/ prelundiando/los eternos romances de sus aguas”. Mucho se ha escrito sobre el tema y existe, por ejemplo, la “Sinfonía del Cupatitzio” de Juventino Herrera que dice, “Cuentan que Satanás; en su prurito/ de hacer mal a Fray Juan, el dulce hermano/ con burlesco reír y airada mano/ secó de pronto el manantial bendito”. Existe otro verso publicado en el libro “Un paseo por el Parque Nacional” de Sergio Ramos Chávez, del cual extraemos un fragmento: “Fray Juan lo conjuró/ y lo mandó a la sepultura/ en estas rocas/ donde el demonio habitaba/ vivió trescientos años/ y la renta no pagaba/ aquí, grabó su rodilla/ más abajo un cascabel/ como era un diablo malvado/ lo arrojó San Miguel. Brotaron los manantiales/ como unas telas bonitas/ aquí se bañan las altas/ y también las chaparritas”. En el libro “Uruapan y su Parque”, de José Bernardo Romero Núñez, destaca un párrafo, “Sucedió que un día tan amargo como aciago/ el río dejó de cantar y refrescar sus remansos/ los verdes campos sin agua no paraban de gemir/ con las hojas marchitadas comenzaron a morir/ los árboles en las huertas con las ramas retorcidas/ secos y sin ningún fruto como ánimas maldecidas”.