Redacción / La Voz de Michoacán Ciudad de México. El llanto es uno de los procesos ‘mágicos’ cerebrales cuya función es empatar socialmente a los seres humanos. Ver llorar al otro, activa las neuronas espejo e incrementa la frecuencia de su activación. Se genera entonces oxitocina, una hormona neurotransmisor que aumenta el sentimiento de empatía con la persona que llora. En la naturaleza, no somos la única especie que llora, pero si los que más rápido detectamos la emoción y la compartimos, dice Eduardo Calixto, académico de las facultades de Medicina y Psicología de la UNAM. Somos también la única especie que saca ventaja del llanto, agrega el investigador del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente. Calixto, doctor en fisiología cerebral y con un posdoctorado en neurofisiología por la Universidad de Pittsburgh, Estados Unidos, da más detalles sobre el llanto humano. Al llorar uno indica claramente que tiene una vulnerabilidad, que no está en la misma “proporción conductual” con quien interactúa en el momento del llanto Hay una ontogenia del llanto: lloramos primero por incomodidad y hambre, frío o dolor; luego, eventual y gradualmente, el acto de llorar es generado por estímulos más sofisticados. Estos detonantes sofisticados del llanto van asociados a la educación y a procesos sociales, que en algunas culturas son muy significativos (por ejemplo, la culpa o la vergüenza) y en otras, su aprendizaje modifica gradualmente la capacidad de liberar estas lágrimas. La interpretación de esos estímulos que detonan el llanto indica que al cerebro no le gusta tener miedo, irritabilidad ni tristeza. Llorar para cansarse El llanto incrementa el metabolismo cerebral. Normalmente el cerebro recibe un litro de sangre por minuto. Es decir, aproximadamente el 20 por ciento de toda la sangre que el corazón bombea al cuerpo. Sin embargo, con el llanto ese porcentaje de sangre que llega al cerebro es de un 25 por ciento. No hay ninguna otra emoción que incremente ese flujo de sangre de percusión y de gasto energético. Con el llanto aumenta la frecuencia respiratoria para oxigenar al cerebro, que busca así cansarse. El dolor físico o dolor moral asociado al llanto activa aproximadamente 20 áreas cerebrales: cognitivas, de memoria y aprendizaje, de emociones y de interpretación para la valoración específica de lo que nos hace llorar. Si no hubiera llanto en el ser humano, “tendríamos, tal vez, que correr cuatro o cinco kilómetros para tranquilizarnos”. La tristeza acompañada del llanto es una de las emociones que más rápido se autolimitan. No podemos llorar más de 15 minutos, porque el cerebro necesita cansarse. Al terminar de llorar, el cerebro libera endorfinas, uno de los neurotransmisores que más nos tranquilizan y que, al mismo tiempo, generan la sensación de beneplácito, de esperanza y fe. También el incremento del metabolismo cerebral por el llanto libera orexinas “y entonces nos da hambre”. Sin ser la única especie que llora, si somos la única que interpretamos el llanto, lo copiamos y le sacamos ventaja porque socialmente nos vulnerabiliza, nos cansa y nos hace sentir mejor. Con el llanto el cerebro mitiga el sentimiento, detonante o proceso que genera dolor moral o físico que nos hace lagrimear. Lágrimas y testosterona Tres áreas cerebrales están involucradas en la generación, la percepción y la síntesis de las lágrimas: la amígdala cerebral, el hipotálamo y el giro del cíngulo en la corteza cerebral. Las lágrimas, parte del llanto, son uno de los marcadores para saber si estamos hidratados. Su función es humidificar, disminuir la probabilidad de infección en el ojo. Las lágrimas contienen gran cantidad de mucina, bicarbonato e inmunoglobulina A, que nos ayudan a controlar la actividad bacteriana y a mantener la lubricación. Su pH oscila entre seis y siete, muy cercano a condiciones fisiológicas para nulificar el crecimiento de bacterias. Un ser humano puede producir entre 25 y 50ml de lágrimas, según la edad, estado de hidratación y motivación del llanto. Lloran más las mujeres que los hombres. La causa, más que cultural, es fisiológica o dicho mejor, hormonal. A mayor testosterona, menos probabilidad de llanto. Por eso los hombres tendemos menos a llorar. Aunque conforme disminuyen los niveles de testosterona a lo largo de la vida, el hombre llora con mayor frecuencia. Llorar nos humaniza Cuando lloramos “buscamos el reflejo de la tristeza en otras personas”. Ver llorar a alguien, puede disminuir en uno, una actitud grosera o violenta e incluso modificar la prosodia o la manera como hablamos. Sin embargo, quien ve llorar a otro y no cambia su actitud ante las lágrimas, posiblemente tenga un trastorno de personalidad. Si entre los siete y 14 años, lapso en que se reorganizan las conexiones de estructuras cerebrales claves en la generación de emociones (amígdala cerebral, hipotálamo y giro del cíngulo), se estigmatiza socialmente que el llanto es inadecuado, una persona, al no llorar, tendrá niveles de estrés más altos y por tanto, será más agresivo y tendrá trastornos de personalidad. Si alguien quiere llorar y no puede, algo pasó en ese lapso de los siete a los 14 años (una violación, un abuso infantil), que es causa de un trastorno psiquiátrico que requiere atención profesional. Aunque llorar es un proceso que indica una pena y la sensación de tristeza, las lágrimas pueden aparecer en un estado de felicidad extrema. Se puede llorar por felicidad o por risa. Aquellos que se la pasan llorando o riendo, tienen una menor probabilidad de infecciones a nivel ocular, pero también una mayor expresión de inmunoglobulina A en sus lágrimas y saliva. Si no lloráramos, tal vez viviríamos menos, seríamos más propensos a tener estrés y tendríamos más probabilidad de demencias. Llorar nos humaniza. Si lloráramos más, seríamos mejores seres humanos.