Agencias / La Voz de Michoacán México. Me lo preguntan más seguido de lo que uno imaginaría y cualquier persona que haya estado en la situación podrá identificarse con la angustia detrás de la pregunta: “¿Cómo le hago para que mi novio no termine taaaaan rápido? ¿Cómo lo hablo con él sin dañar su ego?”. La primera respuesta es: ¿cuánto es “taaaan rápido”? Sucede que, en ocasiones, tenemos una idea un tanto distorsionada de lo que es la duración “normal” del sexo. Ya escribí un texto sobre eso. Pero vamos a suponer que la situación sea no tener ningún tipo de control sobre la eyaculación, de modo que se eyacule segundos o pocos minutos después de recibir estimulación sexual, provocando angustia e insatisfacción: eso que conocemos como eyaculación precoz. Lo primero que hay que saber es que solucionar esto no depende de ti. Usualmente, la eyaculación precoz (o lo que entendemos por eyaculación precoz, pues definirla y delimitarla puede ser un poco más complicado de lo que parece) es una respuesta de la ansiedad: el cuerpo no puede sostener la tensión sexual que se acumula en la excitación y, por lo tanto, acciona la respuesta eyaculatoria para terminarla. ¿Qué hay detrás de la eyaculación precoz? Hay muchas razones por las que esto puede suceder: culpa, trauma, miedo, etcétera. He conocido hombres atormentados por la sombra del fracaso cuyos cuerpos parecieran traicionarlos para confirmar eso que tanto les da miedo ser. También, he conocido a hombres que no han podido liberarse de la culpa de estar con otro hombre y su eyaculación precoz funciona como una forma de prevenir que transgredan esa ley del machismo que todavía no están listos para transgredir. He conocido a hombres que no tuvieron ni la más mínima educación sexual, para quienes la eyaculación precoz es una expresión del terror que les produce otro cuerpo desnudo y desconocido. La eyaculación precoz, como —casi— todo en nuestros cuerpos, tiene significado, y este es tan único como única es la persona que la padece. Es decir: conocer estas razones depende únicamente de la persona que la sufre y no siempre tienen que ver directamente con la relación actual. Aclarado esto, hay una buena noticia: sí puedes echarle una mano (literal y figurativamente) ¡y ni siquiera necesitan tener una conversación al respecto! Hablarlo o no hablarlo, esa es la cuestión Lo ideal sería tener la conversación, claro. Es más: lo ideal sería iniciar un proceso terapéutico (y si es posible con un o una sexóloga, mejor todavía). Pero puesto que la eyaculación precoz suele estar relacionada a angustias muy profundas, a veces desconocidas, es común que esa conversación ni siquiera sea enteramente posible. Y luego viene el machismo: entre que no nos enseñan a hablar de nuestras emociones y entre que sí nos enseñan a depositar gran parte de nuestro valor en nuestros penes, notar una “falla” en nuestra respuesta sexual nos puede descolocar a niveles gigantescos. Así que atendiendo a lo inmediato y a lo práctico y reconociendo que, al final, el trabajo de manejo de la ansiedad no depende de ti sino de él, el psicoterapeuta Ian Kerner propone en su libro Passionista, tres pasos que pueden seguir para comenzar a atender la situación. Estos son los tres pasos Propón un juego a tu pareja: lo vas a edgear Es decir: lo vas a llevar al filo del orgasmo y luego… no. El objetivo es este: tú lo vas a estimular (manual, oral, penetrativamente, recomiendo elegir la estimulación con la que tarde más en terminar) y cuando él se sienta cerca del punto de no retorno (es decir, ese punto de tensión en donde el orgasmo ya es inevitable) te va a avisar y vas a dejar de estimularlo. ¿Cuál es el chiste de esto? Él va a sentir contracciones pélvicas placenteras pero, si te avisó y lo soltaste a tiempo, no va a eyacular. Después, apretar Una vez que lo sueltes, vas a apretar ligeramente su glande (la “cabeza” de su pene). Esto empujará la sangre acumulada en el pene (lo cual posiblemente provoque que pierda algunos grados de erección, algo completamente normal) y provocará que se pierda el reflejo eyaculatorio. Repetir Inicia primero con besos, caricias en el cuerpo, un pequeño masaje. Espera por lo menos un minuto a partir de que sueltes su pene para volver a estimularlo directamente, aunque puedes esperar más. Y repite cuantas veces quieran antes de que, finalmente, termine. A través de la repetición de este ejercicio, es posible que tu pareja experimente una mejora en los tiempos de eyaculación. Hay varias razones: por un lado, se aprende a sentir y a disfrutar la tensión. Por otro: se reconoce el punto de no retorno, lo cual facilita evitarlo cuando se necesite. También puede ser una oportunidad para diversificar las prácticas sexuales que realizan de modo que involucren más la masturbación y menos la eyaculación, liberando algo de presión en el proceso. Además, darse cuenta que se puede tener cierto control en la eyaculación (e, idealmente, darse cuenta que el tiempo que se tarde en eyacular no tendría por qué definir la vida sexual de una pareja) puede servir para disminuir la ansiedad. Y si tienes pene y te lo estás preguntando, sí: también es posible proponerlo tú o incluso hacerlo tú mismo en masturbación. Estos tres pasos (que son en realidad una adaptación de una técnica sexológica) pueden o no ser suficiente para solucionar el problema. Al final, lo mejor es buscar asesoría profesional. Y algo más: si quieres ayudar a los orgasmos de tu pareja, ¡qué bien! Pero no olvides que tu placer y tu orgasmo también importan y que cuidar el placer (o el ego) de tu pareja de ninguna manera tiene que significar sacrificar el tuyo.