Entre vivir a costa del cerro y vivir con él

Texto: Jorge Ávila
Fotografía: Christian Hernández, Omar Cuiriz

Desde hace más de una década, en la zona poniente de Morelia han proliferado fraccionamientos que, más que satisfacer la demanda de vivienda, han satisfecho la voracidad de empresas inmobiliarias que en su momento compraron terrenos a bajo costo, ya que una vasta porción de tierra en las inmediaciones del Cerro del Águila no son aptas para cultivo o pastoreo debido a la composición de los suelos, llenos de piedra volcánica en lo que se conoce como malpaís.

A esta problemática se agrega que las autoridades no han establecido una relación de trabajo más estrecha con los ejidatarios y pequeños propietarios que tienen terrenos en el cerro. A decir de los comuneros, el Ayuntamiento simplemente les dijo que se reunieran y discutieran el tema entre ellos, pero no les dio más información, lo que despierta la desconfianza de los dueños de la tierra en el cerro.

La proliferación de conjuntos habitacionales ha provocado una severa afectación a toda la zona, ya que los terrenos que antes eran de recarga de acuíferos, ya convertidos en calles, dejan que toda el agua se vaya a la carretera o se evapore, lo cual impacta de forma directa al Manantial de la Mintzita, uno de los principales suministros de agua con que cuenta Morelia. Pero también ha causado que los pozos profundos de las localidades y de los mismos fraccionamientos vayan disminuyendo su capacidad, y el ejemplo más palpable está en Villas del Pedregal, donde hay etapas en las que el servicio de agua potable ha sido tandeado por el Organismo Operador de Agua Potable, Alcantarillado y Saneamiento de Morelia.

Además de los fraccionamientos, en las inmediaciones del polígono del Área Municipal de Protección Hidrológica Cerro del Águila se encuentran cuatro localidades: San Nicolás Obispo, Cuanajillo Grande, Cuanajillo del Toro y Joya de Buenavista.

Estas localidades se caracterizan por tener altos grados de marginación, según datos provistos por el Consejo Nacional de Población. Cuanajillo del Toro es la localidad que tiene muy alto grado de marginación, mientras que las demás presentan grado alto; sin embargo, todas tienen carencias de oportunidades sociales, y la ausencia de capacidades para adquirirlas o generarlas, así como privaciones e inaccesibilidad a bienes y servicios fundamentales para el bienestar, que impiden el desarrollo pleno de sus habitantes.

Además de las ya mencionadas, en la zona se pueden contar los siguientes poblados: La Mintzita, El Rodeo, Joya de la Huerta, Tacícuaro y San José Itzícuaro. Pero la cantidad de fraccionamientos que se han edificado rebasa por mucho la cantidad de poblaciones: Lomas de la Maestranza, Huertas de Agua Azul, Jardín de la Montaña, Lomas del Mayoral, Villa Magna, La Hacienda, Del Bosque, Villas del Pedregal, Villas de la Loma, las colonias La Palma y Margarita Morán, por mencionar sólo los más próximos al cerro.

El problema principal es que, sin estar precisamente en el cerro, muchos de estos asentamientos se encuentran en zonas de filtración, como Villas del Pedregal, Del Bosque y La Hacienda, y otras más están en el área de humedal que capta el agua que tendría que ir a dar a La Mintzita.

Vivir con el cerro

Si bien para los especuladores inmobiliarios la zona ha significado una importante forma de hacer negocio a costa del ecosistema, lo mismo que para quienes han instalado hoyas de agua y huertas de aguacate en distintos puntos del Cerro del Águila y sus alrededores, para los pobladores de las comunidades y tenencias es diferente, ya que, más que vivir del cerro, es vivir con él.

En la tenencia de San Nicolás Obispo, ubicada en las faldas del cerro, los pobladores saben la importancia del cerro, que les aporta la materia prima para elaborar la artesanía que los distingue: molcajetes y metates.

Juan Diego Martínez Rodríguez, joven historiador de la tenencia y quien colabora muy de cerca con los artesanos, comentó que el principal beneficio que la población obtiene del cerro es principalmente para los artesanos, “con la fabricación del molcajete y el metate, pues el artesano sube al cerro por la materia prima, que es la piedra, para poderla trabajar. Además se hace extracción de leña porque San Nicolás Obispo es una tenencia que todavía consume leña en las casas”.

En entrevista, Martínez Domínguez explica que los molcajeteros tienen días asignados para subir al cerro a buscar piedra para sus artesanías, de lunes a miércoles. “Van buscando la piedra más fina, que les dé la textura para el molcajete. Cuando la encuentran, van picándole con un marro y le dan un pulido en una forma redonda que le llaman queso, que es una forma tradicional en la que le van dando la forma para las patitas y ya luego darle el terminado que conocemos tradicionalmente”. En la extracción de piedra no hay maquinaria ni camionetas, con sus manos la extraen y la bajan a sus casas cargándola en burros o caballos para luego trabajarla hasta tener una pieza terminada, lo que les toma todo un día de trabajo en el caso de una pieza promedio, de uso doméstico.

Para la extracción de madera para la leña es el mismo procedimiento: “Ellos suben al cerro y no importa si es lindero de San Nicolás, de Tacícuaro o de Capula, ellos extraen la leña donde encuentren un árbol seco”.

Por otro lado, Bulfrano Espinoza, habitante de la comunidad de Cuanajillo Grande, cuenta que desde que él era niño, si bien en Tacícuaro ya se trabajaba la tierra para fabricar teja y en San Nicolás Obispo ya se hacían molcajetes y metates con piedra volcánica, en su comunidad no había nada de eso, más que subir al cerro para extraer madera y acudir a Morelia y otras poblaciones a vender leña y carbón.

“Aquí no había nada, era muy pobre. Este rancho viene desde Cuanajo (municipio de Pátzcuaro), porque cuando se hizo el templo de San Nicolás, vinieron carpinteros que bajaban la madera y la labraban aquí y ya se fueron quedando. Ya luego empezaron a decir que iban a dar ejido, y varios se fueron y se hizo Cuanajillo, es un ejido desde Tiripetío hasta como la mitad del cerro”, relata Bulfrano Espinoza.

Sobre cómo era la vida en la comunidad cuando era niño, el hombre, ya entrado en años, platica que “yo antes a diario iba a la leña, y bajaba a Tacícuaro y a Capula. Era la mantención mía y la de mi padre. Nos íbamos como a las 6 de la mañana y llegábamos aquí a las 7. Hacíamos una comida diaria, compraba mi padre una bola de masa para venir a hacer tortillas acá en la casa. Pagaban 5 pesos la carga de leña. Entre los dos caballos sacaban 5, y otros 5 que sacábamos yo y mi papá. Eso era todos los días, y los 10 pesos no duraban, así viví el cerro”.

En el tema de los incendios, Bulfrano relata que hace años eran frecuentes las quemazones provocadas intencionalmente, “pero la misma gente de aquí lo apagaba. A veces venían los de la Forestal y no podían apagarla, una vez se juntaron muchos hombres y duraron toda la noche apagando”.

Esas constantes quemazones diezmaron con fuerza a la fauna del cerro y la contaminación ha causado estragos en todo el entorno. “Había mariposas y pájaros, pero ahora ¿dónde están? Antes tomábamos agua de la presa de aquí, estaba limpia, pero ahorita ya no, tiene plásticos, botellas”.

Ahora todo es distinto, pues señala que ya no hay tantas especies, “cuando yo era chico había pájaros de todos. Todavía hace poco vi unos quetzales, andan como cuatro. Cuando yo era niño, recuerdo que el cerro era húmedo, en el momento que subías se sentía la humedad, pero ahora el terreno está reseco porque ya no llueve”.

Y es que tanto el cambio climático en lo general como la depredación en lo local han impactado al cerro, pero desde su experiencia como leñador desde su niñez, Bulfrano explica “si la gente mocha madera con la motosierra, se seca el árbol, pero si lo cortan con hacha, los árboles retoñan rebonito”.

Además destaca que ahora, con el crecimiento de la ciudad y la migración, han aumentado las fuentes de empleo, por lo que la gente ya no sube al cerro como antes, “sólo los que no tienen trabajo se van por leña seca. Si se les acaba la chamba, ellos van por una carga de leña y van y la venden y ya sacan para de perdida dar de comer ese día, y otro día van y traen otra y nomás para dar de comer, ¿para qué más te alcanzan 150 pesos?

“Ya no van por leña, porque en Morelia se gana el dinero más fácil. Allá (en el cerro) es mucho trabajo, es tumbar el palo, rajarlo, cargar el caballo y bajarla. Antes la gente estaba muy pobre y era lo único había”, dijo Bulfrano Espinoza.

Y es que estas comunidades presentan distintos grados de marginación y los apoyos gubernamentales, cuando llegan, son insuficientes, ya que sólo son un paliativo para el hambre, no la solución a las carencias. “El gobierno ha venido y trae una despensa, pero ¿para qué te sirve eso?, ¿por qué crees que los morros se avientan a ese desmadre (narco)?”.

Sobre la intención de declarar el Cerro del Águila como zona protegida, dijo que en Cuanajillo no todos están de acuerdo porque temen que se les impida extraer madera para leña, sobre todo las personas a las que, por su edad, ya no les dan empleo en ningún lado. Con la declaratoria, asegura, se “dejaría al rancho sin nada, este rancho se mantiene del cerro porque no tiene ejido como los demás. Algunos tienen sus parcelas pero lo que sacan es para ellos mismos, otros tienen unas dos o tres vacas y las sueltan en el potrero, pero si cierran el cerro, ya no podrán”, finaliza.

Casas y planchas de concreto

En entrevista, Esteban González Luna, director de Medio Ambiente en el Ayuntamiento de Morelia, al ser cuestionado sobre la fiebre inmobiliaria desatada en los últimos años en Morelia, sobre todo desde las administraciones de Wilfrido Lázaro Medina y Alfonso Martínez Alcázar, en que el poniente de Morelia se llenó de fraccionamientos y Villas del Pedregal incrementó notoriamente su número de etapas, el funcionario municipal señaló que eso se debe a que las desarrolladoras inmobiliarias ya tienen un permiso, puesto que eso se trabajó con base en el Plan de Desarrollo Urbano anterior y se les dio el permiso en otras administraciones, pero en la actual, presidida los primeros dos años y medio por Raúl Morón, “se ha tratado de frenar toda esa parte”.

Pero aunque en las últimas administraciones municipales fue muy evidente el crecimiento de la mancha urbana, el fenómeno no es nuevo, ya que desde la década de los 80 se ha registrado un aumento en la construcción de fraccionamientos en 42.6 por ciento, en muchos casos sin Manifestación de Impacto Ambiental.

En el primer semestre de 2015, el Ayuntamiento encabezado primero por Wilfrido Lázaro Medina y concluido por Salvador Abud Mirabent, autorizó 15 fraccionamientos, en tanto que durante la administración del entonces independiente Alfonso Martínez Alcázar se aprobaron 16 fraccionamientos, 4 de ellos en su último día de gobierno y en la última sesión de Cabildo.

Este fenómeno, presente con mayor intensidad en los últimos 20 años, ha hecho que con el incremento de la mancha urbana a partir de desarrollos habitacionales, el abasto de agua ha venido en decremento y la capacidad del municipio para ampliar las redes hidráulicas que permitan brindar el derecho al líquido de los morelianos también se ha visto diezmada.

Fraccionamientos como Villas del pedregal, Conjunto Tres Marías, Loma Larga, Balcones de Versalles, Villas del Ángel, Valle Escondido, Valle de los Arcos, han sido algunos de los complejos habitacionales que ya han sido intervenidos por los inspectores de la Procuraduría Ambiental de Michoacán por presuntas irregularidades.

Ecocidios inmobiliarios

Muchas zonas que antes fueron bosques y terrenos ejidales que durante generaciones pertenecieron a familias de las tenencias y comunidades rurales fueron arrebatadas por medio de la especulación por las empresas fraccionadoras, que desde hace más de 20 años han convertido en un jugoso negocio la venta de viviendas. El gobierno de Michoacán denunció desde 2019 la situación a la cual atribuyó los principales indicadores de cambio ilegal de uso de suelo con fines de desarrollos habitacionales.

En su momento, el gobernador Silvano Aureoles Conejo denunció casos concretos, como el sur de Morelia, donde se llevó a cabo la rápida construcción de fraccionamientos y hubo prácticamente el “robo” a los ejidatarios locales. Y es que, aseveró, mientras se les pagó a un peso el metro cuadrado a los ejidos, los empresarios que llegaron a esta zona lo vendieron en más de 10 mil pesos, ya como zona habitacional de lujo.

El mandatario michoacano aseguró que se buscaría detener a toda costa que el desarrollo habitacional siga lacerando a los ecosistemas y, sobre todo, dañando a las zonas de recarga de acuíferos.

“Paulatinamente, por una falta de planeación y con intereses económicos, ha crecido la mancha urbana y no hay manera de detenerla. Se va comiendo todo, todo es negocio y ganar dinero y se hacen llamar empresarios exitosos. Con agua, tierra y tractor, cualquiera es agricultor, como las regiones vecinas les dieron la riqueza a los especuladores, hoy se hacen llamar grandes empresarios. Es un esquema diferente, toda la zona aledaña a Morelia la compraron los especuladores, les quitaron a ejidatarios para hacer grandes negocios y a eso le llamamos desarrollo, manifestó el mandatario.”

Pero esto ha sido recurrente, pues luego del desastre del 10 de julio de 2018 en el Cerro del Quinceo, autoridades de la Mesa de Seguridad Ambiental denunciaron que las distintas administraciones municipales habían sido omisas a la hora de entregar y autorizar permisos a empresas constructoras.

Datos de la Procuraduría Ambiental de Michoacán (ProAm) señalan que, durante 2017, en Morelia se registraron 20 denuncias en contra de constructoras, razón por la cual se aplicaron 10 medidas de seguridad, como la suspensión provisional de la obra. La mayoría de las denuncias fueron por parte de ciudadanos.

Para 2018 las cifras no disminuyeron y la dependencia estatal realizó un total de 53 acciones relacionadas con el tema de construcción de fraccionamientos, visitas de inspección, inicios de procedimiento, suspensiones y clausuras, acciones de las cuales 23 fueron procedimientos en contra de las constructoras por irregularidades en los permisos.

Muchos de los desarrollos habitacionales que fueron construidos en Morelia en administraciones pasadas incumplieron con los estudios de Manifestación de Impacto Ambiental, cambio uso de suelo e incluso no se ajustaron a los Atlas de Riesgos.

“Estamos al pendiente de todas las cosas que se hagan mal en Morelia: cuando es un dictamen negativo, lo decimos con toda claridad y no vamos a permitir el uso del suelo en áreas no permitidas”, enfatiza Esteban González Luna.

No más etapas en Villas del Pedregal

En el caso de Villas del Pedregal, el funcionario es tajante: “Es un área en la que no se debió haber dado autorización debido al suelo que tenemos y a la importancia de filtración. Lo que ahorita estamos haciendo es frenar la expansión en toda esa zona de recarga de acuíferos, que es de las más importantes debido a que es malpaís y por ello es de alta filtración. Fue una mala decisión construir en esa zona de Villas del Pedregal”.

En cuanto a la zona aledaña al cuartel de la Guardia Nacional ubicado en ese fraccionamiento, donde desde hace meses se vio maquinaria abriendo camino y que hoy comunica al fraccionamiento con San Nicolás Obispo, el biólogo señaló que esos trabajos obedecen a que en el área, que comprende más de 50 hectáreas que pertenecen al municipio, se habilitará un área de cuidado ecológico.

Pero para frenar la expansión inmobiliaria, actualmente se trabaja en el Plan de Desarrollo Urbano proyectado para estar vigente hasta 2040, lo que permitirá controlar el crecimiento de la ciudad. Y es que, aunque hay muchas áreas de expansión, donde sí es factible edificar fraccionamientos, se construye en otras zonas porque son más baratas y les van a sacar más provecho.

Para reforzar estas acciones se está trabajando con un equipo interdisciplinario compuesto por distintas áreas del Ayuntamiento para evitar vacíos legales, que son lo que facilita la proliferación de asentamientos humanos en zonas no aptas o que más valdría proteger por su importancia ecológica. Por ello se está frenando el crecimiento de la mancha urbana dado que se han urbanizado zonas que ni siquiera tienen agua para sostener a miles de habitantes pero que sí son importantes como ecosistemas. En cambio, a comunidades rurales y tenencias sí se les dan facilidades para el crecimiento pues el impacto es mucho menor.

Por ello, no hay autorización por el momento para más fraccionamientos y las autoridades municipales están trabajando para inhibir el otorgamiento de permisos. Con esto, el funcionario municipal da por hecho que a corto y mediano plazo no se construirán más etapas en Villas del Pedregal.

Sobre este tema, Juan Diego Martínez Rodríguez comentó que el crecimiento de los fraccionamientos sí ha afectado a San Nicolás Obispo porque va perdiendo linderos. “Al quedar junto a Villas del Pedregal, la tenencia va a perder mucho de su terreno”, lamenta.

Para la creación de conjuntos habitacionales, las constructoras compraron terrenos ejidales y de pequeños propietarios, “todo lo que es Villas del Pedregal, Villa Magna, Campo Nubes, Villas de la Loma, La Hacienda, todo eso era de San Nicolás Obispo. Según datos de los ejidatarios, los linderos de San Nicolás llegaban hasta el Cerro de las Flores (en la zona donde hoy es Ciudad Jardín), pasando por Rancho Nuevo, Capula, Tacícuaro y hasta San Juanito. Pero ahorita San Nicolás ha perdido mucho territorio”, señala Martínez Rodríguez.